Señor Jesús, quiero consagrar a tu
Sagrado Corazón, desde hoy y hasta el día de mi muerte, mis pequeños y
grandes achaques de salud, mis alegrías con los hijos y los nietos, mi
tristeza al ver sus problemas y no poder resolverlos; mis paulatinas
desilusiones al ver como cada día encajo menos en sus fiestas, en sus
excursiones y en sus prioridades; mis comidas solitarias; mi natural,
pero no indoloro, ir quedando cada vez más al margen de tantas cosas.
Sé que son cosas insignificantes pero que, unidas a tu sacrificio de la Misa y a las intenciones de tu Corazón, adquieren valor redentor. Esta consagración considérala ratificada cada nuevo amanecer que me concedas, cuando te diga: “Señor estoy en lo dicho”.
Sé que son cosas insignificantes pero que, unidas a tu sacrificio de la Misa y a las intenciones de tu Corazón, adquieren valor redentor. Esta consagración considérala ratificada cada nuevo amanecer que me concedas, cuando te diga: “Señor estoy en lo dicho”.
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